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Giuseppe Verdi

 CULTURA MUSICAL: GIUSEPPE VERDI

















Nació el 10 de octubre de 1813 en la diminuta población de Le Roncole (Parma, Italia) y era hijo de Carlos Verdi, quien tenía una pequeña y humilde posada y negocio de especias. En estos días, tras la derrota de Liepzing, Italia quedó bajo la influencia de Austria, que se prolongaría más de cincuenta años. 

Verdi demostró desde niño  sensibilidad musical, aunque no dio señales de poseer disposiciones excepcionales que presagiaran su genio futuro. A los trece años fue enviado por su padre a la vecina localidad Busseto para trabajar como aprendiz en el negocio de un amigo, el bondadoso y próspero comerciante Antonio Barezzi, y en esa ciudad tuvo oportunidad de escuchar los ensayos de la Sociedad Filarmónica y las ejecuciones de la Banda Municipal. 

El señor Barezzi era un entusiasta de la música, por lo que, al advertir la vocación de su joven empleado, le facilitó la concurrencia a esos ensayos y le procuró el aprendizaje musical con el organista de la catedral. 

Becado por el municipio, a los 18 años se trasladó a Milán para ingresar al Conservatorio de Música, anexo al famoso Teatro de la Scala, pero no logró aprobar el examen, por lo que tuvo que estudiar privadamente bajo la dirección de un músico de dicho teatro, Vicente Lavigna. 

La casualidad quiso que se recurriera a Verdi para reemplazar al maestro que debía dirigir un concierto en el que se ejecutaría el Oratorio de Haydn La Creación; su actuación fue tan convincente que el espectáculo fue repetido otras dos veces.

Oberto, Conde de San Bonifacio. A raíz de esa demostración de capacidad, el Teatro Filodramático de la ciudad le pidió la composición de una ópera, la cual se estrenó con el título del epígrafe. Su representación tuvo suficiente éxito como para que el empresario Merelli le confiara la composición de otras tres óperas. 

Lamentablemente, la fatalidad pareció cernirse sobre la vida del joven músico, y en el lapso de dos años le arrebató la vida de dos pequeños hijos de su esposa, Margarita, que era hija de su protector Barezzi. La desesperación hizo presa de Verdi, que resolvió abandonar la composición musical; sus amigos llegaron a temer por su salud mental. 

Nabucodonosor. El empresario Merelli no le obligó a cumplir con lo pactado, pero pasado un tiempo insistió en que debía trabajar para distraerse y aliviar su depresión. Después de muchas insinuaciones, logró que se interesara en un libreto de ópera, cuyo argumento se refería a la derrota y cautiverio del pueblo hebreo y a la destrucción del Templo por el rey de Babilonia, Nabucodonosor II. 

Su estreno se realizó en el Teatro de la Scala en 1842, y fue un éxito total; cuando el público escuchó cantar el Himno que comienza con el verso: "Va pensiero sull´alli dorate..." (Pensamiento, vuela con las alas doradas), lo interpretó como una expresión de su propia desdicha bajo el yugo del gobierno extranjero.

Los lombardos en la primera Cruzada. Éste fue el título de su nueva ópera, cuyo tema se refiere a la justa fama militar que los lombardos alcanzaron con su actuación en las Cruzadas, y no es de extrañar que los versos inflamados de patriotismo que canta el protagonista fueses considerados como símbolos de la esperanza y aspiraciones del pueblo italiano. Precisamente, la Lombardía se hallaba entonces bajo la dominación austríaca. 

Verdi se sentía identificado con el ambiente político de su patria, y sus composiciones, de sentido alegórico revolucionario, eran una manera de solidarizarse con el movimiento llamado "risorgimento" (resurgimiento de una Italia libre). 

Siguió componiendo otras óperas, entre las cuales mencionaremos: Hernani, Macbeth y Luisa Miller, hasta que en 1851, en Venecia, se representó la obra que le llevó al pináculo de la fama.

Rigoletto. El argumento de esta ópera fue extraído de la novela de Víctor Hugo El rey se divierte; Verdi debió librar una lucha increíble con la censura austríaca para poder hacerla representar. Algunas de sus fragmentos alcanzaron tanta popularidad que la ejecutaban los organillos callejeros. 

El trovador. Esta ópera se estrenó en Roma en 1853 y también conquistó de inmediato el favor de los espectadores por su riqueza melódica y su trama argumental, algo compleja, pero de renovado efecto para la sensibilidad popular. 

La traviata. Poco meses después se estrenaría en el teatro La Fenice, de Venecia, su nueva ópera La traviata, cuyo argumento está basado en la novela de Alejandro Dumas (h) La dama de las camelias. Como los personajes iban vestidos a la moda de la época - lo cual era totalmente inusitado - el público reaccionó desfavorablemente en la primera representación pero poco después alcanzó un éxito inmenso - que no ha decaído - y puede decirse que Rigoletto, La traviata y Aída son las más populares de toda la producción verdiana.

Siguieron otras óperas, como La forza del destino y Don Carlos, la primera estrenada en Rusia y la segunda en Francia, concurriendo a la representación de esta última Napoleón III y la emperatriz Eugenia. 

Aída. La composición de esta nueva ópera se debió a un pedido del gobierno egipcio, en 1870, para celebrar la apertura del Canal de Suez, y se estrenó en El Cairo. Gracias a la magistral intuición de Verdi, el color local de ese país exótico, totalmente desconocido por él, está logrado con los medios más simples y en la forma más novedosa y auténtica. 

"Réquiem" a Manzoni. Cuando en 1873 murió Alejandro Manzoni, Verdi compuso una Misa de Réquiem a la memoria del poeta, al que consideraba "la más pura, santa y exaltada manifestación del genio italiano". Es una obra religiosa de grandes valores, de la cual dijo el gran músico alemán Johannes Brahms que "era la obra de un genio". 

Otelo. Después del triunfo internacional que obtuvieran las representaciones de Aída, el público consideraba que el gran maestro no seguiría esforzándose en el trabajo de la composición. Sin embargo, 16 años después, cuando ya tenía 74 años de edad, sorprendió al mundo con la representación de la ópera Otelo, basada en uno de los argumentos más complejos de Shakespeare. 

Para comprender la interpretación que Verdi dio al drama del gran poeta inglés, bastará leer la traducción de la obra original. Téngase en cuenta que fue el único músico que se irguió a la altura del genial dramaturgo. 

Falstaff. También ahora - y con causa aun más justificada - el público que consideró que Otelo había sido el broche de oro de la fecunda producción del gran música y estimaba que se había retirado, otra vez se equivocaba. 

La despedida la iba a hacer con un argumento cómico, espontáneo, jovial y risueño que se llamó Falstaff, basado en otra obra de Shakespeare, Las alegres comadres de Windsor, cuyo estreno se realizó en el Teatro de la Scala en 1893, cuando poco le faltaba para cumplir los 80 años. Verdi había preferido siempre los argumentos vinculados con el drama o la tragedia, pero quiso retirarse de la producción operística incursionando en el terreno de la comedia: una bondadosa sonrisa que compensaba a los espectadores de la angustia que prevalecía en muchos de sus anteriores argumentos. 

A la representación de Falstaff concurrieron críticos y músicos de toda Europa y América; el rey Humberto le envió un telegrama lamentando no poder concurrir a "esta nueva manifestación de un genio inagotable", pero no faltó cuando la ópera se estrenó en Roma, pues entonces asistió encabezando un distinguido auditorio. 

Verdi falleció el 17 de enero de 1901 y pidió que no hubiera "campanas ni música"; el genio italiano de la ópera romántica que decía con toda sencillez que "era un pobre campesino", legó la mitad de sus derechos de autor al Hogar para Músicos de Milán y diversas instituciones benéficas, en un bello y postrer gesto para devolver al pueblo los bienes materiales, ya que los del espíritu se los había brindado todos mientras vivió. 


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ARGUMENTO DE "AÍDA"

La acción trascurre en Menfis, Egipto, en la época de los faraones. El sumo sacerdote, Ramfis, anuncia la amenaza de una invasión etíope, por lo que deben consultarse los oráculos antes de designar al jefe del ejército egipcio. 

Radamés, capitán de la guardia, desea ser elegido, pues si vuelve triunfador, podrá pedir la libertad de Aída. esclava etíope a la que ama en secreto, sin saber que es de sangre real. Llega un mensajero que informa la presencia de los etíopes a las puertas de Tebas conducidos por el valiente Amonasro, su rey. 

Aída apenas puede ocultar su emoción, pues se trata de su padre. Entonces se anuncia que el conductor del ejército será Radamés; ello crea una cruel disyuntiva para Aída, en cuya alma se contraponen los sentimientos filiales y su amor por Radamés. 

Amneris, hija del faraón, que también ama al joven guerrero, sospecha el amor de Aída y urde un ardid para confirmarlo: cuando llega la esclava a sus aposentos, le hace creer que, si bien los egipcios han vencido, Radamés murió en la batalla. Un grito incontenible de la joven la traiciona, y entonces, Amneris, altanera y cruel, le confiesa su mentira, lo que nuevamente descubre los sentimientos de Aída, que ahora no puede ocultar su alegría. 

En la escena siguiente llegan las tropas vencedoras y entre ellas está Amonasro, padre de Aída, disimulando su majestad real,  quien en una noble frase invoca la clemencia del faraón. A su vez, Radamés pide la libertad de los prisioneros, que le es acordada, y el faraón, en mérito a sus servicios, le concede la mano de Amneris.

En la otra escena, Amonasro, que se ha enterado del amor de Radamés por su hija, exige a ésta que lo persuada a huir con ella a Etiopía, revelándole el camino a seguir, que es un secreto militar. Aída se rehúsa a este pedido, pero como el padre la maldice, ella debe ceder. 

Amonasro se esconde, y cuando llega Radamés, Aída lo incita a huir con ella a su país. Él, desconcertado, le hace notar que arriesgaría honra, gloria y poder, pero ella, en un esfuerzo doloroso, le describe la felicidad que vivirán juntos. 

Como Aída cedió ante el pedido de su padre, Radamés lo hace ante el requerimiento de su amada, y descubre el camino por el que podrán fugarse sin tropezar con las tropas egipcias. 

Amonasro, que ha escuchado todo, se presenta y se da a conocer como rey de los etíopes. En el mismo momento aparecen Ramfis, el sumo sacerdote y Amneris, que habían ido al templo a orar; ambos le recriminan su actitud a Radamés, que desesperado ante la traición de lesa patria que ingenuamente ha cometido, entrega su espada dándose por prisionero. 

Conducido a una cárcel subterránea, Radamés recibe la visita de Amneris, que arrepentida por su delación, le pide que se justifique y lo salvará, pero aquél guarda silencio para proteger la fuga de su amada Aída. 

Los sacerdotes lo condenan a la máxima pena, aunque Amneris aboga en su defensa: morirá sepultado vivo. En su celda evoca el dulce recuerdo de Aída, a la que cree lejos, pero de pronto oye su voz: ha logrado penetrar en la bóveda subterránea para cumplir la condena con él. 

En la escena final se oyen los cánticos de los sacerdotes en contrapunto con la voz de los enamorados y las conmovedoras plegarias de Amneris. 


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